Chile va camino de convertirse en el Reino de la Mentira. Un lugar donde ya no importa si algo es verdadero o falso, sino si encaja o no con nuestras emociones, prejuicios o intereses. Y cuando la verdad se vuelve irrelevante, se derrumba el fundamento sobre el cual se construyen la convivencia, el respeto mutuo y las instituciones democráticas.
«Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada», escribió Hannah Arendt. Esta frase, formulada hace más de medio siglo, describe con precisión quirúrgica el paisaje emocional y político de nuestro tiempo.
La mentira sistemática ya no es un error aislado: es una estrategia de poder. Una herramienta para sembrar confusión, polarizar y paralizar. Y cuando se borra la frontera entre el bien y el mal, quedamos a merced del soberano en el Reino de la Mentira.
En Chile lo hemos visto con la circulación masiva de noticias falsas sobre la reforma de pensiones, la ley de educación sexual integral o la migración. Se difunden mensajes tergiversados que apelan al miedo: que “quieren quitarte tus ahorros”, que “van a adoctrinar a tus hijos”, que “los inmigrantes reciben más beneficios que los chilenos”. Falsedades que prenden con rapidez porque se adaptan a emociones ya instaladas.
A nivel global, la estrategia es aún más explícita. La derecha radical ha encontrado en la mentira una vía directa al poder en varios países de América y Europa. Ha construido relatos donde los hechos importan menos que la fidelidad emocional. Utiliza las redes sociales para socavar a la prensa independiente, alimentar teorías conspirativas y presentar la verdad como una construcción elitista. El objetivo no es convencer, sino desorientar, desmovilizar y destruir el terreno común para luego consolidarse en el poder.
Los medios de comunicación y las redes sociales no son canales neutros. Son territorios en disputa. Algunos medios amplifican narrativas falsas por clics o alineamientos ideológicos. Las plataformas digitales, por su parte, con algoritmos que premian el impacto antes que la precisión, generan cámaras de eco donde la mentira se disfraza de certeza y la verdad se desvanece.
Pero incluso en el Reino de la Mentira hay formas de habitar con dignidad. El pensamiento crítico, la verificación rigurosa, la disposición al diálogo genuino son prácticas subversivas que nos permiten resistir. Exigir medios responsables. Denunciar la manipulación. Educar en alfabetización digital. Participar en espacios donde la verdad no sea un lujo, sino un derecho.
No se trata de volver a una supuesta edad dorada de la verdad —que probablemente nunca existió—, sino de recuperar un equilibrio social basado en un lenguaje común y en un proyecto compartido. Una comunidad que valore y respete la diversidad, el disenso y la búsqueda honesta de la verdad.
Porque cuando todo parece mentira, lo que está en juego no es sólo la verdad: es la convivencia misma. Y defenderla empieza por algo tan sencillo —y tan valiente— como decir la verdad, buscarla… y escucharla. Sólo así podremos destronar el Reino de la Mentira.
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