El dinero ya no cabe en la billetera, sino en el bolsillo digital que cargamos en el celular. El último Informe de Sistemas de Pago del Banco Central de Chile confirma una tendencia que parecía irreversible, pero que hoy alcanza cifras récord: los pagos digitales se han instalado como la forma dominante de mover el dinero en el país, con un promedio de 374 transacciones anuales por persona. Esto significa que ya no hablamos de un fenómeno emergente, sino de un cambio profundo en nuestra relación con el dinero.
Las cifras son elocuentes. Las tarjetas de débito dominan con un 78% de las transacciones, pero lo más llamativo es el auge de las tarjetas de prepago, que crecieron 213%. Con más de 11 millones vigentes y servicios que van desde divisas hasta criptomonedas, este mercado ya compite con la banca tradicional. Este ecosistema, cada vez más diverso, está reconfigurando el mapa financiero chileno.
Lo fascinante de este fenómeno es que no estamos hablando sólo de cifras o infraestructura financiera, sino de un cambio cultural. El dinero deja de ser algo tangible para convertirse en una experiencia casi invisible, integrada a la rutina. Comprar, transferir o pagar dejó de ser un acto que exige billetes y monedas, y pasó a ser una acción que ocurre en segundos con un par de toques en la pantalla.
Esa ligereza tiene ventajas: rapidez, seguridad, inclusión financiera. Nos permite participar en un mundo más conectado, donde incluso turistas brasileños ya pueden pagar en comercios chilenos con sistemas como Pix. Pero también trae riesgos: perder noción de cuánto gastamos, depender de plataformas no siempre reguladas, o vivir en una economía donde el dinero físico se vuelve irrelevante. A esto se suma una brecha generacional: muchos adultos mayores aún encuentran difícil adaptarse al mundo digital. Para ellos, el avance hacia lo digital puede sentirse más como una exclusión que como un beneficio, lo que abre un desafío social: cómo garantizar que nadie quede fuera de esta nueva forma de relacionarnos con el dinero.
El récord de pagos digitales en Chile no es solo un hito estadístico. Es la confirmación de que la relación que tenemos con el dinero está mutando. Lo usamos más, lo vemos menos. Lo transferimos con facilidad, pero quizás perdemos la noción de su materialidad. La pregunta que viene es cómo esa transformación afectará nuestra percepción del valor, del ahorro y del consumo. Porque si el dinero ya no se toca, ¿cómo lo sentimos?
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