La expresidenta Michelle Bachelet confirmó en julio pasado a su círculo más cercano su intención de postular a la Secretaría General de la ONU, tras meses de mantener una posición ambivalente. Este anuncio marcó el inicio de una serie de gestiones personales para consolidar su candidatura, incluyendo conversaciones con potenciales competidoras como la mexicana Alicia Bárcenas, quien habría accedido a no presentarse si Bachelet oficializaba su aspiración. Inicialmente, el equipo de la exmandataria, integrado por Ana Lya Uriarte y Haydée Rojas, diseñó una estrategia que priorizaba mantener la incertidumbre hasta diciembre, evitando así que el tema se contaminara con la campaña presidencial chilena y permitiendo sondeos discretos con la oposición. Sin embargo, este plan fue alterado por la intervención directa del presidente Gabriel Boric, quien impulsó una aceleración del proceso. Boric conversó personalmente con Bachelet, logrando su confirmación formal el 20 de septiembre, días antes de su viaje a la Asamblea General de la ONU, donde anunció la candidatura. Esta premura generó críticas por la falta de socialización con excancilleres y partidos opositores, evidenciando tensiones en la coordinación gubernamental. El caso subraya los desafíos en la articulación de una candidatura de Estado, donde los tiempos políticos internos y las dinámicas internacionales requieren un equilibrio delicado para maximizar las posibilidades de éxito en un escenario global complejo.
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