En comparación con cultivos frutales como los cerezos, arándanos o manzanos —que exigen aplicaciones semanales de productos fitosanitarios—, el avellano europeo se caracteriza por un manejo más prudente del uso de agroquímicos. Gracias al enfoque de monitoreo integrado de plagas, se reduce drásticamente la frecuencia de aplicaciones, priorizando prácticas culturales y observación en terreno. Esto disminuye tanto la carga química como el riesgo de residuos en el producto final.
Este modelo de manejo técnico no solo impacta en la calidad del fruto, sino también en el entorno. Al tratarse de extensiones grandes, las aplicaciones son costosas y se realizan con alta planificación. Se utilizan métodos como el control de polvo mediante caminos húmedos o cercos vegetales para evitar molestias en los sectores habitados cercanos. Además, la baja necesidad de operaciones nocturnas y el escaso uso de maquinaria pesada hacen del avellano un cultivo de baja conflictividad vecinal, algo no menor en zonas rurales con población cercana.
Por otro lado, la cosecha —concentrada entre fines de febrero y abril— puede generar levantamiento de polvo, pero se mitiga mediante mallas especiales y barreras físicas en zonas críticas. A diferencia de otros cultivos intensivos, el avellano no utiliza torres de control de heladas ni genera ruido constante de tractores durante la noche, reduciendo significativamente los reclamos por molestias.
Viveros Cuatro Vientos, pioneros en el desarrollo de este cultivo en el Maule, han impulsado un modelo de producción responsable que pone en el centro la convivencia armónica con el territorio y el entorno social. Su trabajo es un ejemplo de cómo la agricultura puede avanzar hacia prácticas más sostenibles, sin sacrificar competitividad ni productividad.
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