Sebastián Fuentes Barraza
Sociólogo
El día de ayer, se publicó en la página web de una conocida radio nacional, la historia de Laurent Schwarz, niño de tres años apodado el “mini Picasso”, porque pinta cuadros que son vendidos en cientos de miles de euros a (quienes si no) actores y miembros de la realeza. Es de agradecer la aparición de estas historias en medio de tantos titulares trágicos que aquejan a nuestro país, alivian un poco la semana, ya que por lo absurdas que son, caen en lo cómico. Por ejemplo, para justificar el supuesto talento del niño, se describe que “sorprendió por su habilidad para sostener un pincel” (digamos que cualquier niño de tres años puede sostener uno); y se dice que captó la atención de críticos y coleccionistas con su “estilo lleno de formas abstractas”, es decir, formas que no tienen representación en la realidad, y que en el caso de un niño de tres años, se les suele denominar garabatos (digamos que cualquier niño de tres años puede hacer garabatos). Pero ya puestos en esta historia, podemos cuestionarnos si un niño de tres años es verdaderamente capaz de hacer arte. Bajo mi punto de vista, no.
El arte serviría para transmitir emociones y conceptos, se debe estar consciente de lo que se quiera transmitir, y lo transmitido debe tener arraigo en la realidad que todos vivimos para que todos podamos entenderlo. Si se cae en lo irreal, debe ser para complementar la realidad, si lo transmitido es absolutamente irreal, no tendrá significado y no podrá ser entendido, causando solo desconcierto. Dostoievski escribió Crimen y castigo, que es la mejor representación hasta hoy, del significado de un crimen y lo que implica (el castigo); y para poder escribir esta obra maestra de la literatura, se basó en un amplísimo conocimiento de la culpa sentida por criminales, luego de pasar largos años conversando con ellos mientras estuvo preso en Siberia. ¿Qué es el crimen? ¿qué es el castigo?, a veces no sabemos cómo definir estos conceptos, pero una obra de arte puede hacerlo por nosotros, y cuando la vemos decimos que sí, que eso son. Esta obra publicada en mil ochocientos sesenta y seis está vigente y lo seguirá estando en el futuro, porque el buen arte siempre trasciende. Para hacer arte entonces, se requiere de experimentar y conocer el mundo real para luego transmitir el descubrimiento, y no es posible que un niño de tres años haya experimentado el mundo aún.
Cabe como segunda posibilidad, que el niño haga arte en forma inconsciente, que una musa inspiradora haga lo que el artista pinta, como si el arte se estuviera haciendo a sí mismo y el niño fuera un instrumento. El escritor Alberto Laiseca decía que, en el mundo del karate, los viejos maestros podían romper de un golpe una madera que un joven no podía, porque sabían que cuando golpean “hay otro que golpea por ellos” y “el que no comprenda eso nunca podrá ser karateka” y “el que no comprenda eso nunca podrá ser escritor (o pintor)”. Acá Laiseca evoca fuerzas ajenas que intervienen en una actividad, pero siguiendo la metáfora, primero el maestro requiere de iniciar una búsqueda y luego de recorrer un camino para comprender y dejar actuar a una fuerza distinta, “con la iniciación se abre el alma (…) la capacidad viene en segundo término”. No son los novatos los que consiguen encontrar a ese otro que golpea por ellos y desde luego, no es posible que un niño de tres años haya realizado una iniciación aún.
A fin de cuentas, descartadas las posibilidades artísticas conscientes e inconscientes, nos queda que el niño de tres años solo está jugando como cualquier otro niño de su edad, y que sus cuadros ininteligibles no significan nada porque el autor no pretendía nada con ellos. Si hoy en día se confunde a sus cuadros abstractos con arte, es porque en nuestra época no hay un da Vinci, si transportamos a ese niño al renacimiento, a nadie de esa época se le ocurriría comprar sus cuadros que se transformarían en lo que son: rayas en un lienzo. El padre del mini Picasso, Phillipe Schwarz, dijo que “lo importante es que él (Laurent Schwarz) esté feliz”, y puedo imaginar que el señor Schwarz es feliz, contando el dinero de los cuadros de un niño de tres años vendidos a los ilusos. Esa sí es un arte y un arte pionera, y ahora, ustedes también pueden probar suerte con sus niños.
El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de Publimicro.
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