Sebastián Fuentes Barraza
Sociólogo
Durante las últimas semanas, recorrió el mundo la tragedia del submarino Titán, que hizo implosión en un intento por llegar a los restos del Titanic. Hace unos días concedió una entrevista Christine Dawood, quien fuera esposa de Shahzada Dawood (millonario empresario pakistaní) y madre de Suleman Dawood de 19 años, ambos tripulantes fallecidos en el Titán. En la entrevista, explicó que ella iba a acompañar en el submarino a su esposo, pero cedió su lugar al hijo de ambos. Ya conocida la tragedia, podemos preguntarnos qué llevó al padre y al hijo a estar allí.
Si pensamos en un submarino que baja a las profundidades del mar con un científico en una misión de exploración, el riesgo que pueda conllevar el descenso está inspirado en aportar con el avance de la ciencia. Para el caso de un submarino que se despliega en una guerra, el riesgo aceptado por los tripulantes está inspirado en defender la patria. En el caso del Titán, el riesgo podríamos decir que, despojado de otra influencia, podría ser la aventura por la aventura.
Ahora bien, la aventura por la aventura misma, se puede observar en el hombre que se enfrenta a la naturaleza, como quien se prepara para escalar el monte Everest. La preparación es dura por enfrentar el riesgo de la muerte, requiere de una vida de privaciones para estar en la forma física que permita sobrepasar la prueba y triunfar. En el caso del Titán, tampoco se cumple este perfil. Por la grandilocuencia de la empresa, ni siquiera vale por una aventura en su significancia más simple que es para poder contarla, porque se pudo planificar otro día memorable con menos riesgo.
La aventura del submarino Titán era entonces la aventura por la fama. Por ejemplo, Christine Dawood contó que su hijo llevó en el submarino un cubo rubik porque quería romper el record guinness de armado a mayor profundidad. A la hora de enfrentar el riesgo final, éticamente, ¿se habrán cuestionado padre e hijo usar ese dinero en alguna obra más edificante en vez de intentar armar un cubo rubik a profundidad? Podrá parecer también una frivolidad gastar quinientos mil dólares, es decir, más de cuatrocientos millones de pesos chilenos, en dos pasajes del Titán, para mirar por una ventanilla los restos de un barco hundido.
La búsqueda de la fama muchas veces ha estado emparejada al riesgo. Llega a la memoria la historia del Titanic, que a petición de su dueño, navegó a toda marcha para llegar antes de tiempo al destino de su primer viaje y sorprender a la prensa, pero que no pudo eludir un iceberg. En la película de 1997, el capitán del barco luego de la colisión y al saber que se hundiría, le espeta al dueño: “Creo que ya consiguió sus encabezados, señor Ismay”.
El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de Publimicro.
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