Un fantasma recorre Chile, pero no es el del comunismo soviético ni el de la revolución armada, ni el del gulag ni el de Mao. Se llama Jeannette Jara y no llega a asaltar el Palacio de Invierno ni a imponer una dictadura del proletariado, sino a competir en elecciones democráticas. Su sola presencia en la papeleta presidencial ha desatado viejos temores y resucitados estigmas.
Lo cierto es que, en lo concreto, el PC chileno ha sido históricamente leal a la democracia, incluso cuando fue perseguido, proscrito, o reprimido con sangre durante la dictadura. Aunque tras el golpe, participó en la resistencia, volvió a los canales institucionales apenas fue posible. Desde el retorno a la democracia ha formado parte de gobiernos y ha mantenido una cuota de poder sin traicionar la vía electoral ni recurrir a la vía armada.
En Chile y el mundo, la centroizquierda, antes hegemónica, hoy parece reducida a gestos tecnocráticos o nostalgias vacías. La socialdemocracia -la que impulsó derechos universales, redistribución y Estado fuerte- cedió demasiado ante el neoliberalismo y ahora sobrevive a punta de marketing electoral. Y la nueva izquierda, fragmentada y atrapada en luchas identitarias, abandonó el universalismo, sustituyéndolo por un lenguaje particularista que dificulta construir mayorías sociales.
Un fantasma recorre Chile, sí. Pero no es el comunismo totalitario ni el retorno a la Guerra Fría. Es algo más ambiguo, más propio de nuestra época: el desencanto de las mayorías, la fatiga institucional, el malestar social, la búsqueda desesperada de justicia y sentido, y el intento -a veces torpe, a veces legítimo- de las izquierdas de volver a articular un proyecto coherente en medio del ruido. Es en ese espacio incómodo -entre la rabia y el miedo, entre el dolor, la esperanza y el escepticismo- donde aparecen estas figuras disruptivas como las de la ultraderecha, pero también aparece Jeannette Jara. Su biografía ya dice mucho: no viene de la elite, no posee apellido ilustre, es hija de la educación pública y de los pasillos sindicales. Se formó en la lucha laboral antes que en los salones del Congreso, y habla desde ahí: con la claridad de quien ha peleado por derechos concretos. La meritocracia, por fin hace sentido. Tiene calle -en el sentido literal y simbólico-, y eso se nota en su forma de hablar y de pararse. Incluso cuando es dura, es amable. Tiene carácter, pero no impone. Quizás por eso genera cercanía y confianza, algo escaso en tiempos donde la política se vive como espectáculo o amenaza. El carisma todavía no es un bien que se transe en el mercado.
Ahora bien, también es cierto que hay quienes ven en la candidata solo una síntesis de contradicciones profundas: comunista y demócrata, mujer de Conchalí y líder nacional, pragmática con aires transformadores. Esos cruces desestabilizan tanto a quienes aún ven en el PC una amenaza totalitaria, como a quienes creen que el reformismo es traición.
Pero insisto, si un fantasma recorre Chile no es Jeannette Jara. Ella es la manifestación de un malestar más profundo: el vacío político que dejaron las promesas incumplidas, la desidia y la incapacidad de las élites, de izquierda y derecha, de crear un país distinto sin caer en los clichés del pasado. En ese vacío, incluso los fantasmas y las caricaturas parecen más reales que los líderes vivos.
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