El número de precandidatos/as a la presidencia de la República parece haber alcanzado un récord en nuestra historia republicana. Más allá de las motivaciones estrictamente políticas, es evidente que el posicionamiento de imagen y la generación de una fuente de ingresos extra juegan un rol determinante en la decisión de muchos/as aspirantes. Un caso emblemático es el de Marco Enríquez-Ominami, quien enfrenta su cuarta candidatura presidencial. Considerando las bajas probabilidades de éxito, resulta plausible suponer que su insistencia en la contienda obedece, en parte, al interés por fortalecer sus consultorías y asesorías en América Latina.
Otro factor clave en este escenario es la alta fragmentación de los partidos políticos, especialmente en la derecha, que enfrenta la elección sin haber realizado primarias y con tres figuras competitivas en las encuestas: Evelyn Matthei, Johannes Kaiser y José Antonio Kast. Esta dispersión contrasta con la centroizquierda, donde, si bien también existe fragmentación, al menos se ha optado por realizar primarias, buscando proyectar un proceso más participativo y democrático en la selección de su candidato/a.
A este contexto se suma la obligatoriedad del voto, lo que obliga a los candidatos/as a dirigirse a un electorado más amplio y heterogéneo. Esta necesidad de captar distintos segmentos de la población refuerza aún más la dispersión del apoyo electoral, dificultando que algún postulante supere el umbral del 35% en primera vuelta.
Si bien el panorama de segunda vuelta será indudablemente distinto, las elecciones de noviembre serán, por lo menos, particulares, con una papeleta saturada de nombres y una competencia marcada por la fragmentación y la obligatoriedad del sufragio. En este escenario, la incertidumbre se convierte en un factor determinante del proceso electoral. Además, el reordenamiento de los apoyos tras la primera vuelta será crucial para definir al próximo presidente/a. Un ejemplo de ello es Johannes Kaiser, quien ha declarado que podría respaldar a Evelyn Matthei en una eventual segunda vuelta, pero solo si ella entrega ciertas garantías para salvaguardar las ideas de esa derecha más extrema y conservadora que él representa. Este tipo de negociaciones y condicionamientos reflejan las tensiones internas dentro de los sectores políticos y la importancia de los pactos estratégicos en la definición del balotaje.
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