Hablamos de desafección cuando nos referimos al desinterés y apatía de la ciudadanía frente a la
institucionalidad política en general. Se caracteriza por una mayor desconfianza en el sistema político y
sus representantes y una alta abstención en la participación electoral. Y es que las aguas de la
contingencia nacional están bastante tumultuosas como para lograr mayor cercanía e identificación con
la institucionalidad política. Los casos de corrupción en la institucionalidad y sus representantes son
cada vez más frecuentes y la ciudadanía sigue a la espera de respuestas contundentes que parecen
demorar más de lo conveniente frente al delito “de cuello y corbata”. El desfile de personeros de toda la
esfera pública, porque la corrupción no distingue banderas ni color político, es pan de cada día en la
televisión, matinales y otros medios informativos. Por otra parte, la delincuencia es un fenómeno real
que va más allá de la aparente fijación de los medios de comunicación en mostrar siempre “el
desastre”. Lamentablemente a la otrora delincuencia común, se suman hoy una ola de portonazos,
abordazos, encerronas, además de extorsiones, secuestros y otros crímenes asociados a la delincuencia
organizada. Frente a ello, el mundo político se encuentra expectante frente a las próximas elecciones y
genera distintas propuestas para intentar frenar la delincuencia al mismo tiempo de seducir a sus
electores. Pero, ¿qué tan eficaces pueden ser las respuestas frente al delito cuando no existe
transversalidad en el diagnóstico?. Y es que parece que cada sector político tiene un diagnóstico propio,
su propia teoría y respuesta a las causalidades, así como la forma de enfrentarlas. En este enjambre de
ideas aparecen una serie de propuestas populistas que intentan atraer al elector desinformado, pero la
respuesta a la delincuencia no pasa por soluciones mágicas ni medidas “parches” al sistema. La
pregunta es si nuestros regentes lo saben, no lo saben o no quieren saberlo. En todos los casos es
preocupante que no se genere una especie de acuerdo nacional frente al delito y la corrupción, donde
además prima la subjetividad a la hora de juzgar los delitos, pues cuando se trata del bando contrario
rasgan vestiduras, agrandan y multiplican los males, pero cuando se trata de los propios, minimizan y
callan. Así no salimos. No con la beneplácito y frivolidad frente a los delitos propios y la gravedad e
intolerancia frente a los delitos ajenos.
El próximo 29 de junio tendremos la oportunidad de diagnosticar, en parte, la magnitud de la
desafección política por tratarse de una elección voluntaria. Lamentablemente no tendremos una
primaria de la oposición, como para observar el cuadro completo, así que solo nos quedaremos con la
primaria oficialista y su capacidad de convocatoria. En la pasada elección primaria votó cerca del 21%
del padrón electoral, donde la primaria del frente amplio más el partido comunista congregó cerca del
12% del padrón total, 1.750.000 votos aproximadamente. Por cierto, era otro contexto social y político,
quizás había mayor efervescencia social a raíz del estallido social, etc. Pero es la medida comparativa
que tenemos. Hoy se suman en una primaria amplia de la centroizquierda, el socialismo democrático
(ex-nueva mayoría principalmente), por lo tanto, podríamos inferir que la convocatoria podría aumentar
al integrarse partidos históricos como el Partidos Socialista, el Partido por la Democracia y el Partido
Radical, sin embargo, eso está por verse. Un buen umbral podría ser cercano a los 2.000.000 de votos,
teniendo en cuenta la sumatoria de más partidos y la fortaleza territorial de estos. 1.500.000 podría ser
algo aceptable todavía y mantener a flote la participación ciudadana. Lo que sería lamentable es rondar
el 1.000.000 de votos apenas, pues demostraría que la conexión entre política y ciudadanía está la UCI
(unidad de cuidados intensivos) por usar la jerga médica.
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