En la historia, Victor Frankenstein crea vida desafiando los límites de la naturaleza. Pero lo más monstruoso no es la criatura, sino su incapacidad de asumir lo que ha hecho: crea y huye, da vida y no se hace responsable. Con la IA estamos en un punto parecido. No solo queremos entender el mundo: buscamos controlarlo, acelerarlo y predecirlo. Jugamos a ser creadores, diseñando sistemas “más rápidos y perfectos”, muchas veces sin pensar en el impacto para las próximas generaciones.
Ni la criatura de Frankenstein ni la IA son malas por esencia. Se vuelven peligrosas cuando nacen desde el ego y la prisa: cuando creamos sin cuidar, innovamos sin hacernos cargo del impacto y lanzamos tecnología sin mirar a las personas detrás de los datos. La pregunta de fondo ya no es si estamos desafiando a Dios, sino si estamos dispuestos a ser realmente responsables de lo que creamos… o si solo queremos jugar a ser dioses sin aceptar las consecuencias.
Suscríbete al boletín:
Suscribete Gratis




