En un mundo que cambia rápido—con tecnologías nuevas, demandas laborales intensas y relaciones que requieren más diálogo y menos suposiciones—muchas personas me preguntan: ¿de qué manera el coaching ontológico puede ayudarme, de forma concreta, a vivir y trabajar mejor? Es una pregunta legítima. Mi respuesta es sencilla: el coaching ontológico es una forma de acompañamiento que enseña a conversar de otro modo para abrir posibilidades reales en la vida cotidiana.
Cuando hablo de “ontología del lenguaje” no me refiero a teorías lejanas. Hablo de algo cercano: el lenguaje no solo describe la realidad, también la crea. Lo hacemos todo el tiempo con lo que decimos y con lo que callamos. Nuestros pedidos, ofertas, promesas y declaraciones producen efectos en nosotros y en quienes nos rodean. Si cambiamos la manera en que conversamos, cambia la coordinación con otros, cambian nuestros resultados y cambia, sobre todo, nuestra experiencia de vivir.
Piensa en estas escenas cotidianas:
- Una jefa agotada que repite “no hay tiempo” y “no cuento con el equipo” termina trabajando sola hasta tarde. En coaching, podemos distinguir que quizás nunca pidió ayuda de forma clara. Practicamos el pedido: a quién, para qué, con qué plazo, qué estándar de cumplimiento. Cuando el pedido se formula y se acuerda, el trabajo se distribuye mejor y el equipo crece.
- Un padre que quiere acercarse a su hijo adolescente pero le habla solo para corregirlo. Observamos su escucha: ¿qué emociones trae a la conversación?, ¿qué valora del hijo que aún no ha dicho? Diseñamos una conversación breve para reconocer logros y para ofrecer apoyo sin juicios negativos. Aparece un nuevo puente.
- Una emprendedora que dice “soy mala para vender” evita ofrecer sus servicios. En sesión, diferenciamos entre hechos y juicios. Convertimos su juicio en una declaración de aprendizaje: “Hoy no sé vender como deseo; me comprometo a practicar dos conversaciones comerciales por semana durante un mes y a pedir retroalimentación.” La acción surge de una nueva declaración.
Estos ejemplos muestran la esencia del coaching ontológico: trabajamos con tres dominios en coherencia—lenguaje, emoción y corporalidad—porque no conversamos solo con palabras. Cuando alguien dice “sí” con la mandíbula tensa y el cuerpo hacia atrás, su lenguaje corporal desmiente su acuerdo. El acompañamiento consiste en aprender a observarse, distinguir los quiebres de nuestra existencia (momentos en que lo que hacemos ya no produce el resultado esperado) y diseñar conversaciones que nos permitan avanzar.
¿Por qué creo que este enfoque se adapta a los nuevos tiempos? Porque hoy necesitamos aprendizaje continuo, colaboración y resiliencia emocional. No hay manuales cerrados para los desafíos actuales; lo que sí hay son conversaciones que abren caminos. El coaching ontológico desarrolla habilidades prácticas:
- Pedir y ofrecer con claridad. Evita suposiciones y malentendidos que desgastan.
- Hacer promesas responsables. Decir “sí” solo cuando hay recursos y condiciones; y renegociar a tiempo.
- Gestionar juicios. Distinguir evidencia de interpretación, y convertir juicios paralizantes en compromisos de acción.
- Cuidar el estado emocional. Nombrar lo que sentimos para poder actuar distinto: no es lo mismo decidir desde el miedo que desde la serenidad.
- Sostener conversaciones difíciles. Dar y recibir retroalimentación que mejora el vínculo y el resultado.
Un aspecto que valoro especialmente es la ética del acompañamiento. El coaching ontológico no reemplaza la atención psicológica o psiquiátrica cuando ésta es necesaria; puede complementar de manera profunda y valiosa. Tampoco impone recetas: faculta a cada persona a diseñar su propia forma de avanzar desde lo que considera valioso. El protagonista es quien consulta; el coach acompaña con preguntas, distinciones y práctica conversacional.
Volvamos a la vida diaria. ¿Qué puede cambiar cuando trabajamos así?
- Cambia el modo en que te hablas a ti mismo/a. Pasar del “tengo que” al “elijo” ordena prioridades y reduce culpa.
- Cambia la calidad de tus acuerdos. Menos ambigüedad implica menos retrabajo y más confianza.
- Cambia tu capacidad de pedir ayuda. Pedir no es un signo de debilidad; es una forma madura de coordinar acción.
- Cambia tu relación con el error. Empiezas a tratarlo como fuente de aprendizaje, no como etiqueta personal.
Quiero ofrecerte una práctica simple para esta semana. Elige una conversación pendiente—en casa o en el trabajo—y responde por escrito:
- ¿Qué quiero que cambie concretamente después de hablar?
- ¿Qué pedido preciso haré? ¿A quién, para cuándo, con qué estándar esperado?
- ¿Qué oferta estoy dispuesto/a a poner sobre la mesa?
- ¿Qué emoción me sería útil cultivar antes de conversar (serenidad, curiosidad, firmeza)? ¿Cómo puedo prepararme—respirar, mover el cuerpo, elegir el momento?
- Si el otro dice “no”, ¿qué alternativa puedo conversar sin escalar el conflicto?
Con esta pequeña estructura, muchas conversaciones difíciles se vuelven posibles. No porque desaparezcan las diferencias, sino porque aprendes a gestionar esas diferencias conversando.
Algunas personas llegan al coaching ontológico buscando productividad; otras, relaciones más sanas; otras, claridad para tomar una decisión. A todas les digo lo mismo: el cambio empieza en la forma en que nos hablamos, escuchamos y nos comprometemos. La promesa de este enfoque no es la perfección, es la coherencia: alinear lo que decimos, sentimos y hacemos para avanzar con sentido.
En tiempos de ruido y urgencia, el coaching ontológico ofrece una brújula práctica. Nos devuelve el poder de la palabra bien dicha, del compromiso bien asumido y de la emoción bien habitada. Y, sobre todo, nos recuerda que una conversación puede ser el primer paso de un nuevo futuro.
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