Mucho se ha dicho sobre las desventajas del coaching virtual, pero poco se ha profundizado en lo que realmente puede ofrecer: una experiencia menos defensiva y sorprendentemente más profunda.
En mi práctica como coach ontológico he comprobado una y otra vez que las sesiones virtuales, lejos de ser un obstáculo, facilitan la espontaneidad y disminuyen la ansiedad anticipatoria. ¿Por qué? Porque el coachee no está “de visita” en el territorio del otro, sino que se conecta desde su espacio seguro. Su mente está libre de preocupaciones tales como “voy atrasado y hay taco” o “voy sudado, huelo mal, mi ropa se estropeo”. El lugar que eligió para conectarse es donde se siente cómodo, y esa comodidad, ontológicamente, genera apertura para declarar su quiebre, aquello que lo inquieta y le genera ruido, y aparece la posibilidad de ser quien realmente es, de llorar sin temor a ser visto, y logra decir “no estoy bien” sin el automatismo del “todo bien, gracias”.
El arte de Indagar, eje central del coaching ontológico, se refiere a que “Indagar es entrar en territorios misteriosos, dolorosos y complejos”, y no puede darse sin un ambiente de confianza.
Incluso estudios neurocientíficos (como los relacionados con el sistema límbico y la amígdala) muestran que cuando una persona no se siente segura, activa su respuesta de defensa (fight-flight-freeze), inhibiendo funciones cognitivas como la reflexión, la memoria y la creatividad, y esto refuerza el principio ontológico: sin seguridad, no hay aprendizaje transformacional.
¿Significa que el coaching presencial va a desaparecer? Para nada, es positivo conocer al coachee de forma presencial y que pueda elegir el modelo de acompañamiento.
Mi experiencia ha sido exitosa, la confidencialidad y la ética mantiene la impecabilidad. El coaching virtual no resta profundidad; al contrario, la potencia, porque cuando estamos en nuestro lugar seguro, podemos dejar de aparentar… surgela autenticidad y comienza la transformación.
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