La ultraderecha como refugio de la frustración masculina juvenil | Publimicro

La ultraderecha como refugio de la frustración masculina juvenil

Durante las últimas décadas, los jóvenes siempre fueron asociados a la rebeldía progresista. Hoy, esa idea parece invertirse: en buena parte de Occidente, la ultraderecha está ganando terreno entre los votantes menores de 30 años, y de manera particular entre los hombres. El fenómeno no es anecdótico: un informe del European Election Study 2024 muestra que, en países como Francia, Alemania o España, el apoyo masculino joven a partidos radicales de derecha duplica al de las mujeres. Chile y América Latina no son ajenos a ese desplazamiento. El dato revela una brecha de género en la radicalización política que interpela a las democracias contemporáneas. ¿Qué empuja a una generación precarizada, hiperconectada y criada bajo discursos igualitarios a identificarse con ideologías que reivindican el orden, la jerarquía y la autoridad? Una de las claves puede hallarse en la teoría de la privación relativa de W.G. Runciman. Según esta perspectiva, la frustración no surge de la pobreza absoluta, sino de la comparación constante: de la percepción de que otros (migrantes, mujeres, minorías, etc.) avanzan mientras ellos retroceden. Esa sensación de despojo, amplificada por los algoritmos y los discursos de victimismo masculino, se traduce en resentimiento político. La ultraderecha capitaliza esa emoción ofreciendo un relato simple: el orden perdido puede recuperarse si se restaura la autoridad, es decir, ofrece una salida simbólica a la frustración y devuelve la ilusión de control.

La precariedad económica también tiene género. El modelo de masculinidad tradicional, que prometía identidad a cambio de proveer y proteger, se desmorona frente a empleos intermitentes, sueldos inestables y mujeres empoderadas. La masculinidad frágil, o ese intento de aferrarse a una autoridad perdida, encuentra en los discursos antimigrantes, antifeministas o “antiwoke” un refugio emocional. No se trata solo de política, es una terapia cultural del resentimiento. La misoginia, en este contexto, no es un accidente. En los foros digitales donde se incuban estas ideas -desde la “manosfera” hasta los canales conspirativos- la hostilidad hacia el feminismo sirve para cohesionarse: el odio compartido reemplaza la comunidad perdida. Las teorías de la identidad social (Tajfel y Turner) explican ese fenómeno: cuando los individuos se sienten invisibles o marginados, se agrupan bajo una etiqueta que les devuelva autoestima, aunque sea negativa. Sin embargo, reducir este giro reaccionario a ignorancia o manipulación sería un error. Lo que está en juego no es solo una crisis política, sino una crisis de sentido. Las viejas narrativas como: progreso, patria, familia, consumo, etc., han perdido su capacidad de organizar la experiencia. En su lugar, quedan tribus digitales que prometen certezas instantáneas. La ultraderecha entendió antes que nadie que el vacío existencial también es un mercado.

La izquierda, mientras tanto, ha descuidado la dimensión simbólica de la política: el deseo, la épica, el sentido de comunidad. Ha olvidado que la política no solo se discute: también se siente. La teoría de la privación relativa nos recuerda que las personas no se radicalizan solo por carencia económica, sino por déficit de reconocimiento. Por eso, la tarea no es moralizar ni ridiculizar a los jóvenes que caen en estos discursos violentos, sino entender el vacío que están intentando llenar. No basta con refutar los argumentos de la extrema derecha; hay que construir una narrativa alternativa capaz de disputar emocionalmente ese territorio. El progresismo se volvió moralizante, elitista en su discurso y fragmentado en su agenda. Con ese diagnóstico, lo que se necesita son políticas integrales que articulen empleo, educación, salud mental y reformas culturales. Si no respondemos a las causas estructurales y simbólicas, la adhesión puede enraizarse y transformar democracias en espacios menos tolerantes y más autoritarios.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de Publimicro.

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