En este tiempo de campaña he seguido varias entrevistas del candidato presidencial Franco Parisi, y puedo afirmar que sus planteamientos carecen de solidez y estructura. Cuando aborda el tema de la seguridad pública, llega al extremo de sugerir la instalación de minas antipersonales en la frontera norte de Chile para frenar el ingreso de migrantes. Una idea no solo inviable, sino también peligrosa y contraria a todo marco legal y humanitario.
A ello se suma la evidente falta de sustento político. El Partido de la Gente (PDG), que lo respalda, carece de representación parlamentaria y, frente a ese vacío, Parisi responde señalando a Pamela Jiles como su “referente” en la materia. Difícil encontrar ahí un proyecto serio de gobernabilidad.
Otro aspecto preocupante surge cuando el candidato sostiene que ha asesorado a numerosas empresas en su rol de economista, pero se niega a revelar cuáles, amparándose en el “secreto profesional”. Surge entonces una pregunta legítima: ¿qué nivel de transparencia puede esperarse de alguien que, incluso antes de llegar a La Moneda, ya oculta información relevante sobre su trayectoria y vínculos?
Finalmente, en este breve análisis, resulta evidente que una de sus principales tácticas de campaña es atacar a sus contrincantes con calificativos peyorativos, mientras recurre a “ofertones” llamativos pero carentes de sustento institucional o viabilidad política. Lo paradójico es que, pese a estas debilidades, las encuestas lo posicionan en cuarto lugar, encarnando una suerte de referente del antipartidismo: un candidato que no se adscribe ni a la izquierda ni a la derecha.
Quizás lo único rescatable de esta particular campaña es que, a diferencia de procesos anteriores, Parisi decidió —o está en condiciones favorables de— estar presente físicamente en el país.
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